lunes, 15 de febrero de 2010

Carnavales

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De Verín –en la foto-, de Barranquilla, de Río do Janeiro, de Cádiz, de Venecia, de Canarias, y un largo etcétera de ciudades que todos los años por estos días festejan el carnaval, la fiesta al dios de los humanos en su realidad más inmediata: el cuerpo.

Realizan las fiestas de carnaval un tributo a la alegría, al desenfreno, a la locura transitoria, a ese transformarse en lo que quisimos ser y no somos. A través de distintas pero similares formas mis primos humanos expresan ese tris de tiempo que se diluye cada año en unos pocos días en actos de mascarada, de música rítmica de tambores y flautas, en baile de contorsiones eróticas, en bebidas espirituosas que nos liberan del yo y nos sumimos en el sopor encantado de la carnestolendica fiesta.

Mis carnavales cercanos se ubican en el Caribe y desde temprana infancia vivimos su espectacular desfile de seres inimaginados que aparecían por todas las esquinas y nos asombraban, atemorizaban o alegraban. Aparecían la marimonda, el mono cuco, el tigre, el torito, las brujas de Harlem, los indios de la Amazonía, el hombre sin cabeza, la gigantona, el hombre mono, drácula, el torero andaluz y otros que llenaban las mentes infantiles de confusión entre la realidad y el mito. Y los sones propios del Caribe llegaban desde todas las distancias con su ritmo de tambores a hacer vibrar los cuerpos de todos, ya que un Caribe sin música y sin ritmo es un imposible cultural.

Pero ese carnaval infantil que regresa, que siempre regresa, tiene contrapartidas importantes en otros ámbitos y el carnaval de Verín que mis ojos vieron ayer y sentí, conjuga mucho de lo que el carnaval será siempre. Su personaje típico, el cigarrón, se encarga con sus cencerros ajustados a su cintura de recrear toda la escena, de no dejar dormir al espectador y ensimismar con su coloreado traje y su imponente mascara a los niños verineses que también quedarán confundidos entre el sueño y la realidad después del disfrute de esos días carnestolendicos.

La batalla de maicena en el Caribe o de farina en los carnavales de Galicia y Portugal deberían ser las únicas batallas permitidas para siempre sobre la faz de la tierra.

¡Que viva el carnaval carallo-carajo!

alfredoivan50@hotmail.com

O Barco de Valdeorras, España .2010